miércoles, 24 de noviembre de 2010

Día uno: Pero... ¿Aquí qué se celebra?

Pasaban las 19:30 de la tarde del martes cuando Laura llegaba a casa como cada día tras una dura jornada laboral. Metía la llave en la cerradura, daba sus dos vueltas correspondientes, y al abrir ligeramente la puerta dos cuerpos saltaban de la oscuridad gritando: "¡¡¡¡OFERTA!!!!". Durante unos segundos ni su cuerpo ni su mente fueron capaces de reaccionar y se quedó inmóvil en un rincón.

Dos horas antes, Patricia y yo llamábamos al timbre de la casa de Laura para cerciorarnos de que no había nadie dentro, y haciendo uso de la copia de las llaves que la propia Laura me proporció meses atrás para casos de emergencia, nos colamos dentro.

Llevábamos semanas planificando la fiesta de las ofertas (emulando el anuncio que todos habréis visto), pero a pesar de eso, había muchos cabos sueltos en cuanto a la organización y, como solemos hacer con los trabajos de la facultad, lo habíamos dejado casi todo para el último momento confiando en nuestro sentido de la improvisación.

Patricia se había encargado de la decoración. Traía una fantástica girnalda de notas musicales, dos bolsas de globos, el juego de ponerle la cola al burro, y el postre divertido cocinado por ella misma. Inflamos y colocamos globos, creamos un fabuloso mantel con las ofertas de eroski, preparamos los sombreros, antifaces y matasuegras, pero... ¿Y la comida principal?

Estaba claro que debía encargarme yo de solucionarlo y se me presentaba el primer dilema moral en mi experimento...

El Mercadona estaba a veinte metros del piso. Simplemente tenía que entrar, comprar patatillas y unos litros de cerveza y volver antes de que Laura saliera del trabajo. Tenía media hora y esa era la solución más sencilla y rápida.

Pero hoy era mi primer día y no podía fallar. Además, como cada vez que empiezo algo, estaba bastante motivada, así que me enfundé la cazadora y salí contrareloj en busca de una tienda de chuches o en su defecto, de "ultramarinos", las típicas tiendas de alimentación de barrio.

No tuve que dar muchas vueltas. Recordaba haber visto una de paso al cajero, así que me dirigí hacia allá y en menos de veinte minutos volvía a casa con patatas, fritos, gusanitos, chuches y dos litros de cerveza (fría!).

Tal vez en Mercadona me hubiera costado algo menos y además no habría tenido que ir tan lejos, pero llevaba tanta prisa que ni siquera me paré a mirar cuánto costaba cada cosa. Pagué, y salí.

En los próximos días iré estudiando y comparando precios. Hoy, me quedo con la satisfacción de saber que sigue habiendo pequeños establecimientos donde acudir en busca de los típicos productos envasados y que no están lejos de casa. No parece que vaya a ser muy complicado superar el reto...

Un cordial saludo,

La clienta estresada.

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