lunes, 28 de febrero de 2011

Día noventa y ocho: A cien... (do el tonto)


Si la memoria no me falla, no eran ni una ni dos ni tres, sino tres, las "amigas" que con ese humor tan sutil se reían de mí y de la velocidad máxima que alcanzaba al volante de mi flamante turismo. Sí, queridos lectores, hoy la cosa va de coches y combustibles.

Ya llevaba unas semanas dándole vueltas al asunto sin llegar a decidir si el tema se adecuaba a los contenidos generales de este blog o no. Primero fue la indignación que me provocó el conocer que a pesar de que el precio del barril había bajado, el precio de la gasolina estaba por las nubes. Después contemplé atónica cómo los conductores de las grandes (y pequeñas) ciudades no renunciaban ni a un sólo día de comodidad a pesar de que la contaminación alcanzaba niveles alarmantes. Finalmente, mientras escuchaba en la radio a finales de la semana pasada que el Gobierno quiere impulsar el plan de ahorro energético que aprobó en 2008 debido a la previsión del aumento del precio de pretóleo por culpa de la "crisis libia", lo vi claro. Y aquí estamos...

No me quiero parar en comentar el hecho de que se prefiera incentivar el ahorro energético en vez de incentivar el uso (o al menos la investigación) de las energías renovables (sin menospreciar el ahorro, que conste), ya que se me desata la furia y el día acompaña más a la calma que a la mala hostia. Tampoco entraré a valorar los motivos reales que han impulsado al Gobierno a tomar la decisión de reducir el límite de velocidad en las autovías (¿reducción de combustibles? ¿reducción de CO2? ¿aumento de las arcas vía multas?). Sin entrar en debates que ni me van ni me vienen, simplemente me limitaré a contar mi experiencia...

Todo aquel que me conozca un poco sabe que no exagero si digo que siempre he sido bastante tiquismiquis con todo este rollo de los límites de velocidad. Mentiría vilmente si afirmara que jamás en mi vida he superado alguno. ¿Quién no lo ha hecho? Pero una cosa es hacerlo en algún momento puntual por descuido, prisas, o adelantamiento; y otra tomarlo como parte de la rutina de conducir (porque si los coches están preparados para ir a 240 km/h a ver por qué no podemos darle vidilla al motor hasta qué menos que 180 ¿no?).

Cuando me saqué el carnet de conducir, no faltaba quién me criticara por respetar a rajatabla el límite de 80 para conductores noveles. Mi propio padre me alentaba cuando me acompañaba de copiloto a que pisara un poquito más el acelerador. Los camiones me daban las largas durante kilómetros hasta que me adelantaban, y pondría la mano en el fuego a que se cagaban en mis muertos hasta que me perdían de vista por el espejo retrovisor...

Por aquel entonces yo pensaba poco en el consumo de gasóleo y menos aún en lo que podría contaminar mi coche. Pensaba más bien en cumplir la ley, asegurar mi vida en la carretera y evitar posibles multas (porque mi economía nunca ha estado para grandes gastos). Pasado aquel año, aunque seguía respetando cada uno de los límites de velocidad, comencé a tomar conciencia de la relación (inversamente proporcional) entre el tiempo que me ahorraba yendo más deprisa y el aumento exagerado del combustible.

Desde entonces hasta ahora he ido aprendiendo que el coche gasta y contamina más pasadas las dos mil revoluciones. Que mi flamante turismo, con 67 caballos (nada más y nada menos!) las alcanza a 90 km/h en quinta. Y que la diferencia en tiempo en el trayecto habitual de los viernes o los domingos de ir a 100-110 a ir a 90 es de cinco o diez minutos (dependiendo del tráfico). He aprendido también que por ciudad puedo ir a 50 km/h en tercera rebasando por poco las dos mil, pero que las revoluciones (y el consumo, y la emisión de CO2) se reducen notablemente si circulo por la ronda en cuarta. He aprendido a partir de eso que es mejor cambiar de marcha cuando se pasa de las dos mil (aunque suponga meter quinta a 75 km/h), que esperar a que el coche "me lo pida" como me decían en la autoescuela.

Conducir supone consumir, y como con todo consumo (al menos por la parte que me toca) tengo que ser responsable. Hasta hace un par de meses, a pesar de que era consciente de todo lo que me podía ahorrar reduciendo la velocidad en carretera en diez o quince kilómetros/hora, no me planteaba llevarlo a la práctica más por costumbre y dejadez que por otra cosa. Pero desde hace un par de meses he empezado a tomarme con más calma mis viajes (muy a pesar de los que me acompañan en el coche o los que se cruzan conmigo por la carretera). Los camioneros han vuelto a maldecir mi estampa cuando me alcanzan, y hasta los autobuses de línea me adelantan sin reparos. Aún así, que nadie se confunda. Lo hago por el medio ambiente, sí. Pero lo hago sobre todo por mí, por mi bolsillo y por mi seguridad. En el tema de los combustibles, la responsabilidad no significa gastar más, sino menos. Como menos es la contaminación, y menores son las posibilidades de sufrir un accidente. Todo son ventajas.

La reducción de los límites de velocidad a mí me va a afectar lo que se dice poco, porque yo ya circulo a menos de 110 km/h por autovías, y viajo a 85-90 km/h por carreteras nacionales. Me podrán insultar todo lo que quieran y más los que vayan detrás de mí. Yo siempre pienso lo mismo de ellos: si tienen tanta prisa, que hubieran salido antes de casa.

Un cordial saludo,

La clienta motorizada.